El medio ambiente es un sistema formado por elementos
naturales y artificiales que están interrelacionados y que son modificados por
la acción humana. Se trata del entorno que condiciona la forma de vida de la sociedad y que incluye valores naturales,
sociales y culturales que existen en un lugar y momento determinado.
Los seres vivos, el suelo, el agua, el aire, los
objetos físicos fabricados por el hombre y los elementos simbólicos (como las
tradiciones, por ejemplo) componen el medio ambiente. La conservación de éste
es imprescindible para la vida sostenible de las generaciones actuales y de las
venideras.
Podría decirse que el medio ambiente incluye
factores físicos (como el clima y la geología), biológicos (la población
humana, la flora, la fauna, el agua) y socioeconómicos (la actividad laboral,
la urbanización, los conflictos sociales).
v UNA RESPONSABILIDAD COMÚN
Es de mucha importancia la consideración del valor ambiental de la
biodiversidad, que debe ser tratada con sentido de responsabilidad y protegida
adecuadamente, porque constituye una extraordinaria riqueza para toda la
humanidad. A este propósito, cada uno puede fácilmente advertir, por ejemplo,
la importancia de la región amazónica, «uno de los espacios más apreciados del
mundo por su diversidad biológica, que lo hace vital para el equilibrio
ambiental de todo el planeta».
Los bosques contribuyen a mantener equilibrios
naturales indispensables para la vida. Su destrucción, también debida a
incendios dolosos, acelera los procesos de desertificación con consecuencias
peligrosas para las reservas de agua; y compromete la vida de muchos pueblos
indígenas y el bienestar de las futuras generaciones. Individuos e
instituciones deben sentirse comprometidos en proteger el patrimonio forestal
y, donde sea necesario, promover adecuados programas de reforestación.
La responsabilidad hacia el ambiente, patrimonio
común del género humano, se extiende no sólo a las exigencias del presente,
sino también a las del futuro. «Herederos de pasadas generaciones, pero
beneficiándonos del trabajo de nuestros contemporáneos, nos hallamos obligados
para con todos, y no podemos desentendernos de los que todavía vendrán a
aumentar más el círculo de la familia humana. La solidaridad universal, que es
un hecho a la vez que un beneficio para todos, es también un deber». Se trata
de una responsabilidad que las generaciones presentes tienen respecto de las
futuras, una responsabilidad que pertenece a cada
Estado y a la Comunidad Internacional.
v DISTRIBUCIÓN DE
LOS BIENES
La doctrina social
también aplica el principio del destino universal de los bienes en el terreno
de la ecología: tales bienes deben ser equitativamente compartidos, según
justicia y caridad. Se trata esencialmente de impedir la injusticia de un
acaparamiento de los recursos: la codicia, sea individual o colectiva, es contraria
al orden de la creación. Los actuales problemas ecológicos, de carácter
planetario, pueden ser afrontados eficazmente sólo gracias a una cooperación
internacional capaz de garantizar una mayor coordinación sobre el uso de los
recursos de la tierra.
El principio del
destino universal de los bienes ofrece una fundamental orientación, moral y
cultural, para desatar el complejo y dramático nudo que une crisis ambiental y
pobreza. La actual crisis ambiental golpea particularmente a los más pobres,
tanto porque viven en aquellas tierras que están sometidas a la erosión o a la
desertificación o envueltas en conflictos armados o que se ven obligados a
migraciones forzadas, como porque no disponen de medios económicos y
tecnológicos para protegerse de las calamidades.
Muchísimos de estos
pobres viven en suburbios contaminados por las ciudades en viviendas miserables
o en conglomerados de casas ruinosas y peligrosas (slums, bidonvilles, favelas,
barracas). Según sea el caso, debe procederse a su traslado y para no sumar
sufrimiento a sufrimientos, se necesita ofrecer una adecuada y previa
información, ofrecer alternativas de alojamientos más dignos e involucrar
directamente a los interesados.
Ha de tenerse en
cuanta, además, la situación de los países penalizados por las reglas de un
comercio internacional poco equitativo, con una escasez de capitales
frecuentemente agravada por la carga de la deuda externa; en estos casos, el
hambre y la pobreza se hace casi inevitable una explotación intensiva y
excesiva del ambiente.
El estrecho vínculo
que une el desarrollo de los países más pobres con cambios demográficos y un
uso sostenible del ambiente, no debe usarse como pretexto para opciones
políticas y económicas poco conformes a la dignidad de la persona humana. En el
Norte del planeta se asiste a una «caída de la tasa de la natalidad, con
repercusiones en el envejecimiento de la población, incapaz incluso de
renovarse biológicamente», mientras en el Sur la situación es diferente. Si es
verdad que la desigual distribución de la población y de los recursos
disponibles crea obstáculos para el desarrollo y para un uso sostenible del
ambiente, debe ser reconocido que el crecimiento demográfico es plenamente
compatible con un desarrollo integral y solidario. «Estamos todos de acuerdo en
que una política demográfica es solamente una parte de una estrategia de
desarrollo global. En consecuencia es importante que todos los debates sobre
las políticas demográficas tomen en consideración el desarrollo actual y futuro
de las naciones y de las regiones. Al mismo tiempo es imposible no tener
presente la auténtica naturaleza del significado del término ―desarrollo‖. Cualquier
desarrollo digno de este nombre debe ser completo, es decir, orientado al bien
auténtico de cada persona y de toda la persona».
El principio del
destino universal de los bienes se aplica naturalmente también al agua,
considerada en las Sagradas Escrituras como símbolo de purificación (cfr. Salmo
51,4; Juan 3,14) y de vida (cfr. Juan 3,5; Gálatas 3, 27): «En cuanto don de
Dios, el agua es elemento vital, imprescindible para la sobrevivencia y, por
tanto, un derecho de todos». El uso del agua y de los servicios conexos debe
ser orientado a la satisfacción de las necesidades de todos y, sobre todo, de
las personas que viven en pobreza. Un limitado acceso al agua potable incide
sobre el bienestar de un enorme número de personas y es, las más de las veces,
causa de enfermedades, sufrimientos, conflictos, pobreza y, además, de muerte.
Para solucionar tal cuestión, hay que enmarcarla dentro de unos «criterios
morales basados precisamente sobre el valor de la vida y sobre el respeto de
los derechos y de la dignidad de todos los seres humanos»
El agua, por su
propia naturaleza, no puede ser tratada como una simple mercancía más; su uso
debe ser racional y solidario. Su distribución entra, tradicionalmente, entre
las responsabilidades de entes públicos, porque el agua ha sido siempre
considerada como un bien público, característica que debe ser mantenida si la
gestión es confiada al sector privado. El derecho al agua, como todos los
derechos del hombre, se basa sobre la dignidad humana, y no sobre valoraciones
de tipo meramente cuantitativo, que consideran al agua sólo como un bien
económico. Sin agua la vida está amenazada. Por tanto, el derecho al agua es un
derecho universal e inalienable.
v
NUEVOS ESTILOS DE VIDA
Los graves problemas
ecológicos requieren un cambio de mentalidad que induzca a nuevos estilos de
vida, «a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del
bien, así como la comunión con los demás hombres para un crecimiento común sean
los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las
inversiones». Tales estilos de vida deben estar inspirados en la sobriedad, en
la templanza, en la autodisciplina, en el ámbito personal y social. Hay que
abandonar la lógica del mero consumo y promover formas de producción agrícola e
industrial que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades
primarias de todos. Una actitud semejante, favorecida por una renovada
conciencia de la interdependencia que vincula entre sí a todos los habitantes
de la tierra, ayuda a eliminar diversas causas de desastres ecológicos y
garantiza una rápida capacidad de respuesta cuando tales desastres colapsan
pueblos y territorios. La cuestión ecológica debe ser afrontada no sólo por las
perspectivas catastróficas que augura la degradación ambiental actual, sino que
debe traducirse, sobre todo, en una fuerte motivación para una auténtica solidaridad
a dimensión mundial.