domingo, 13 de noviembre de 2016

El Medio Ambiente

El medio ambiente es un sistema formado por elementos naturales y artificiales que están interrelacionados y que son modificados por la acción humana. Se trata del entorno que condiciona la forma de vida de la sociedad y que incluye valores naturales, sociales y culturales que existen en un lugar y momento determinado.

Los seres vivos, el suelo, el agua, el aire, los objetos físicos fabricados por el hombre y los elementos simbólicos (como las tradiciones, por ejemplo) componen el medio ambiente. La conservación de éste es imprescindible para la vida sostenible de las generaciones actuales y de las venideras.

Podría decirse que el medio ambiente incluye factores físicos (como el clima y la geología), biológicos (la población humana, la flora, la fauna, el agua) y socioeconómicos (la actividad laboral, la urbanización, los conflictos sociales).


v UNA RESPONSABILIDAD COMÚN

Es de mucha importancia la consideración del valor ambiental de la biodiversidad, que debe ser tratada con sentido de responsabilidad y protegida adecuadamente, porque constituye una extraordinaria riqueza para toda la humanidad. A este propósito, cada uno puede fácilmente advertir, por ejemplo, la importancia de la región amazónica, «uno de los espacios más apreciados del mundo por su diversidad biológica, que lo hace vital para el equilibrio ambiental de todo el planeta».
Los bosques contribuyen a mantener equilibrios naturales indispensables para la vida. Su destrucción, también debida a incendios dolosos, acelera los procesos de desertificación con consecuencias peligrosas para las reservas de agua; y compromete la vida de muchos pueblos indígenas y el bienestar de las futuras generaciones. Individuos e instituciones deben sentirse comprometidos en proteger el patrimonio forestal y, donde sea necesario, promover adecuados programas de reforestación.
La responsabilidad hacia el ambiente, patrimonio común del género humano, se extiende no sólo a las exigencias del presente, sino también a las del futuro. «Herederos de pasadas generaciones, pero beneficiándonos del trabajo de nuestros contemporáneos, nos hallamos obligados para con todos, y no podemos desentendernos de los que todavía vendrán a aumentar más el círculo de la familia humana. La solidaridad universal, que es un hecho a la vez que un beneficio para todos, es también un deber». Se trata de una responsabilidad que las generaciones presentes tienen respecto de las futuras, una responsabilidad que pertenece a cada Estado y a la Comunidad Internacional.
                                                                                                                                  
v  DISTRIBUCIÓN DE LOS BIENES
La doctrina social también aplica el principio del destino universal de los bienes en el terreno de la ecología: tales bienes deben ser equitativamente compartidos, según justicia y caridad. Se trata esencialmente de impedir la injusticia de un acaparamiento de los recursos: la codicia, sea individual o colectiva, es contraria al orden de la creación. Los actuales problemas ecológicos, de carácter planetario, pueden ser afrontados eficazmente sólo gracias a una cooperación internacional capaz de garantizar una mayor coordinación sobre el uso de los recursos de la tierra.
El principio del destino universal de los bienes ofrece una fundamental orientación, moral y cultural, para desatar el complejo y dramático nudo que une crisis ambiental y pobreza. La actual crisis ambiental golpea particularmente a los más pobres, tanto porque viven en aquellas tierras que están sometidas a la erosión o a la desertificación o envueltas en conflictos armados o que se ven obligados a migraciones forzadas, como porque no disponen de medios económicos y tecnológicos para protegerse de las calamidades.
Muchísimos de estos pobres viven en suburbios contaminados por las ciudades en viviendas miserables o en conglomerados de casas ruinosas y peligrosas (slums, bidonvilles, favelas, barracas). Según sea el caso, debe procederse a su traslado y para no sumar sufrimiento a sufrimientos, se necesita ofrecer una adecuada y previa información, ofrecer alternativas de alojamientos más dignos e involucrar directamente a los interesados.

Ha de tenerse en cuanta, además, la situación de los países penalizados por las reglas de un comercio internacional poco equitativo, con una escasez de capitales frecuentemente agravada por la carga de la deuda externa; en estos casos, el hambre y la pobreza se hace casi inevitable una explotación intensiva y excesiva del ambiente.

El estrecho vínculo que une el desarrollo de los países más pobres con cambios demográficos y un uso sostenible del ambiente, no debe usarse como pretexto para opciones políticas y económicas poco conformes a la dignidad de la persona humana. En el Norte del planeta se asiste a una «caída de la tasa de la natalidad, con repercusiones en el envejecimiento de la población, incapaz incluso de renovarse biológicamente», mientras en el Sur la situación es diferente. Si es verdad que la desigual distribución de la población y de los recursos disponibles crea obstáculos para el desarrollo y para un uso sostenible del ambiente, debe ser reconocido que el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario. «Estamos todos de acuerdo en que una política demográfica es solamente una parte de una estrategia de desarrollo global. En consecuencia es importante que todos los debates sobre las políticas demográficas tomen en consideración el desarrollo actual y futuro de las naciones y de las regiones. Al mismo tiempo es imposible no tener presente la auténtica naturaleza del significado del término ―desarrollo. Cualquier desarrollo digno de este nombre debe ser completo, es decir, orientado al bien auténtico de cada persona y de toda la persona».

El principio del destino universal de los bienes se aplica naturalmente también al agua, considerada en las Sagradas Escrituras como símbolo de purificación (cfr. Salmo 51,4; Juan 3,14) y de vida (cfr. Juan 3,5; Gálatas 3, 27): «En cuanto don de Dios, el agua es elemento vital, imprescindible para la sobrevivencia y, por tanto, un derecho de todos». El uso del agua y de los servicios conexos debe ser orientado a la satisfacción de las necesidades de todos y, sobre todo, de las personas que viven en pobreza. Un limitado acceso al agua potable incide sobre el bienestar de un enorme número de personas y es, las más de las veces, causa de enfermedades, sufrimientos, conflictos, pobreza y, además, de muerte. Para solucionar tal cuestión, hay que enmarcarla dentro de unos «criterios morales basados precisamente sobre el valor de la vida y sobre el respeto de los derechos y de la dignidad de todos los seres humanos»
El agua, por su propia naturaleza, no puede ser tratada como una simple mercancía más; su uso debe ser racional y solidario. Su distribución entra, tradicionalmente, entre las responsabilidades de entes públicos, porque el agua ha sido siempre considerada como un bien público, característica que debe ser mantenida si la gestión es confiada al sector privado. El derecho al agua, como todos los derechos del hombre, se basa sobre la dignidad humana, y no sobre valoraciones de tipo meramente cuantitativo, que consideran al agua sólo como un bien económico. Sin agua la vida está amenazada. Por tanto, el derecho al agua es un derecho universal e inalienable.
v  NUEVOS ESTILOS DE VIDA

Los graves problemas ecológicos requieren un cambio de mentalidad que induzca a nuevos estilos de vida, «a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un crecimiento común sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones». Tales estilos de vida deben estar inspirados en la sobriedad, en la templanza, en la autodisciplina, en el ámbito personal y social. Hay que abandonar la lógica del mero consumo y promover formas de producción agrícola e industrial que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos. Una actitud semejante, favorecida por una renovada conciencia de la interdependencia que vincula entre sí a todos los habitantes de la tierra, ayuda a eliminar diversas causas de desastres ecológicos y garantiza una rápida capacidad de respuesta cuando tales desastres colapsan pueblos y territorios. La cuestión ecológica debe ser afrontada no sólo por las perspectivas catastróficas que augura la degradación ambiental actual, sino que debe traducirse, sobre todo, en una fuerte motivación para una auténtica solidaridad a dimensión mundial.

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